Sofía era una niña imaginativa y soñadora, que vivía en la
gran ciudad con sus padres. Un fin de semana al mes y en vacaciones iba a su
pueblo, al campo, para relajarse. El gran sueño de Sofía era alejarse del
bullicio y de las preocupaciones, de esa ciudad que la estresaba y la ahogaba.
Aquel verano de 2004
fue especial. Por la noche había preparado con ilusión su maleta y había puesto
en ella su ropa preferida, sus libros favoritos, su mp3, su diario, sus lápices
de colores y su cámara de fotos con la que grababa los recuerdos. A la mañana
siguiente se despertó muy pronto. No necesitó el despertador. Tenía tantas
ganas de salir que no quiso ni desayunar. Se dirigió con sus padres y su abuela
a la estación. Ese tren le apartaría de la ciudad. Se sentó al lado de su
abuela y esta comenzó a hablarle de las vacas, ovejas, del campo, del abuelo y
de las historias de siempre. Sofía estaba fascinada.
El viaje se había hecho corto. Estaban ya en Oviedo. Tomaron
luego un autobús camino a Cangas de Onís. Era precioso poder ver de nuevo las
flores, los árboles, las ardillas, las vacas, los gorriones y sobre todo su
río. Para ella, el Sella era un riachuelo. Le apasionaba: solía ir desde
pequeña con su abuela allí. En cuanto llegaran a la vieja casa de sus abuelos,
soltaría la maleta y correría junto al río sin esperar la merienda. Eso le
relajaba, pensaba en el murmullo del agua, las ondas del río, acompañada del
dulce canto de los pajaritos que le inspiraba y le hacía soñar.
A los pocos días de estar en el pueblo, ocurrió un
acontecimiento inquietante: su padre se puso enfermo. Ella había pensado ir
como otros días al riachuelo, pero no podía. Sabía que tenía que quedarse junto
a su madre en la casa del pueblo. Cuidaría de él y le contaría historias, le
llevaría un tazón de leche caliente y un poco de miel, como hacía la abuela
cuando estaban enfermos. Cuando se sentó junto a la cama de su padre, este le
hizo recordar y pensar en su río. Ella se puso a hablarle de los murmullos del
agua, de los gorriones, de tantas y tantas cosas que aunque no podía ir... le
hacía sentir la música e imagen del río en su cabeza, su lucha por saltar las
piedras, por continuar tras cada curva, tras cada salto, tras cada obstáculo
para llegar a su meta.
Con el paso de los días su padre mejoró. Cuando llegó el
médico, este les aconsejó que salieran a la naturaleza, que eso le curaría de
verdad. ¡Era increíble! Por supuesto, encerrarse en casa era lo peor que podían
hacer.
La abuela de Sofía y su madre prepararon esa tarde un cesto
con bocadillos, tortilla y jamón y decidieron subir primero al Santuario de
Covandonga, a rezar a la Virgen, la
Santina, como solían hacer siempre que iban a los lagos. Ese era el destino
elegido. Desde arriba, también se veía el riachuelo, pero muy pequeño,
diminuto.
El camino a los lagos se hizo cansado a pesar de que iban en
coche. Un vecino se ofreció para llevarles. Muchos montañeros subían allí y
Sofía y su familia lo hacían todos los años. Arriba emprendieron una marcha
hasta llegar a la orilla de uno de los lagos. El agua estaba helada, quieta,
sin movimiento alguno, serena. Sofía la tocó con la punta de los dedos. Sofía
pensó que el lago le daría la paz y que, como un milagro, la naturaleza ayudaría a su padre a recuperarse. Hizo una
foto para guardarla en su cámara, para sus recuerdos. Pero siguió pensando en
su riachuelo, en sus aguas; las del lago estaban quietas, al menos eso le
parecía a ella; en cambio, las de su río corrían libres por los prados, en
zig-zag. Seguro que su padre pensaba también en ello, en los saltos del agua,
en los gorriones, en lo que ella le había contado...
Sofía se quedó tranquila. Ese día del verano había sido
mágico para ella: lleno de vida.
Llegó el final del verano y volvieron a la ciudad. Todo
volvió a ser como antes. Faltaba el silencio y el sonido del agua. Su riachuelo
quedaba en el norte, solo y lejos de la ciudad, apartado y esperándola como
siempre, y sus aguas debajo del puente, corriendo en libertad.
Este relato de mi fantasía está inspirado en: La Danza de
los Lobos y Carros de Fuego.