lunes, 17 de abril de 2017

Xìngfú y Xinrén

     
        foto seleccionada de entre las de Sandra                                     Calliope obscura


幸福和辛
Xìngfú y Xinrén

Os voy a contar la historia de mi pueblo chino, de Xinrén y de Xingfú.
Érase una vez, en China, un pueblo sencillo, rural, donde los campesinos solo conocían del mundo lo que la naturaleza les ofrecía, la diferencia entre el día y la noche, el canto de las aves que anunciaba el amanecer y, en especial, el ruiseñor Calíope, que desde las montañas bajaba escondiéndose en el bambú.
Yo nací allí, al menos en mi imaginación, y en ese pueblo vivía mi amiga Xinrén, una chica de doce años que acudía cada mañana a aprender las lecciones de su maestro Xingfu. El colegio era una pagoda roja, un antiguo templo, al que acudían los niños del lugar mientras sus madres iban a los arrozales. El maestro le había enseñado a Xinrén la magia de los gusanos de seda. Xinrén aprendió a tejer con la seda y se preparaba para trabajar en un taller donde se tejían bonitos kimonos. A ella le gustaba también la poesía y la música, y su maestro le leía libros. Los demás niños eran inquietos y deseaban jugar. Xinrén era tímida y silenciosa.
Un día el maestro cayó enfermo y le enseñó a Xinrén su más terrible secreto: de pequeño, él fabricaba pólvora y supo cuando creció que se utilizaba para matar. Por las noches el maestro soñaba con las bombas del mundo: era una terrible pesadilla. Cuando se hizo mayor, aprendió kung-fu y algunas curaciones que utilizaban los ancianos. Decidió compartir la sabiduría de sus antepasados y buscar un mundo en paz. Por eso se había retirado a la pagoda, al templo, para dedicarse a la paz. Cultivaba en los campos diversas semillas y podía vivir de los frutos del campo. Abrió un colegio y los campesinos le dejaban comida y mantas como pago a sus conocimientos. De esta manera fue haciéndose viejo. Ahora tenía miedo de que llegara su hora. Por eso quería hablar con Xinrén, aunque era niña todavía, debía convertirse en maestra. El hecho de ser mujer era una desventaja para ella, pero era la más preparada. Tejer le permitiría vivir, y la música y la poesía alimentarían su espíritu. 
Xinrén quedó en silencio. Decidió ir a su casa, coger sus cosas y cuidar a su maestro Xingfú. Cuando el maestro vio a Xinrén allí al pie de su cama, comprendió que podía morir. Antes de partir escuchó por última vez el canto de Calíope, el ruiseñor, y leyó unas frases a Xinrén: "Solo es feliz el que puede vivir en paz con uno mismo y con los demás", "Ten confianza en ti". Su última lección.
La niña lo había comprendido. El nombre que le habían puesto sus padres al nacer cobraba sentido, Xinrén, significa en chino, "confianza", y el nombre de su maestro también, Xingfú, "el que es feliz". El maestro murió feliz poniendo su confianza en Xinrén, la más sabia de todos sus alumnos.
El ruiseñor volvió a cantar y Xinrén escuchó en silencio su canto. Ella ahora era la maestra de la pagoda y no estaba sola. Estaba con Calíope.
Este cuento se lo dedico a mi buena amiga Yawen, en quien confío.