Bueno
creo que todos en esta vida tenemos cosas que nos sacan de nuestras casillas,
por supuesto a unos más que a otros. A Raúl era fácil sacarle de quicio hacer
que sus nervios saltasen por los aires –digo “era” porque su presente no tiene
ningún parecido con su pasado, con aquella historia que me atrapo con cada capítulo
–, todo le hacía saltar pero nunca se me olvidara aquel día que empezó la
terapia de control de ira. Aquel día llovía tantísimo que Raúl cuando iba en
taxi de camino a la consulta de Xavier – su psicólogo – iba pensando en el
cielo derrumbado en cada uno de los charcos. Cuando llego a la consulta Xavier
le esperaba en una de las butacas que formaban el espacio de una salita de
estar un poco fría y mal decorada, se saludaron muy formalmente con un apretón
de manos rígido y profesional. Al comienzo de la sesión Xavier le pidió a Raúl que
siguiese estrictamente las normas de las sesiones.
-
Raúl,
para estas sesiones hay únicamente 3 reglas – indico Xavier.
-
Vale
– respondió Raúl seco y expectante, sin saber lo que le iba a deparar.
-
La
primera: las mentiras se quedan en la puerta. NUNCA, repito, NUNCA me vas a
mentir. La segunda: si te pones agresivo canalizaras tu ira en tu interior o en
este saco. – dijo señalando irónicamente un saco para niños pequeños – Y tercera: confía en mí y sobre todo en ti.
-
No
te prometo cumplirlas, y no pretendas que confíe porque tú me lo digas –
respondió Raúl con dureza.
Al
oír esto Xavier debió pensar en todo lo que Raúl llevaba dentro. Comenzó con
preguntas simples aparentemente sin sentido y bastante irascibles, Raúl pensaba
en que responderlas nunca serviría de nada únicamente para el cotilleo sobre él
y su vida privada aunque omitió bastantes respuestas. Pero aun así controlo
todo lo que pudo la ira, la impotencia que le producían las preguntas
indiscretas de Xavier, pero el vaso reboso con una de las preguntas
incoherentes que le hizo.
-
Raúl,
¿Por qué la ira aparece en tu día a día, en el orfanato, en el instituto, con
tus compañeros, profesores compañeros de habitación…? – lo dijo esperando una
respuesta coherente.
-
Xavier
¿tú te crees que soy imbécil? ¿que eres el primer psicólogo que me atiende? –
respondió retorico, y a la que termino se levantó de su silla, le dio un puñetazo
al pequeño saco para niños (que tumbo de la fuerza), cogió su chaqueta y salió
por la puerta.
-
¡¡RAÚL!!,
¡¡ ESPERA!! – grito enérgico Xavier.
Raúl
corrió todo lo que pudo bajo la lluvia,
gritando, reventando papeleras, cristales y todo a su paso. Paro en seco,
estaba llorando, llorando como nunca antes lo había hecho, como un niño después
de una pesadilla en medio de la noche. Por primera vez se había plantado
delante de sus miedos, esos que le atormentaban, que no le dejaban dormir,
vivir, respirar, ser normal. Por primera vez había sentido el miedo, la ira,
los nervios a flor de piel, una de las sensaciones más potentes que desde
entonces se repetiría cada vez que sus miedos le acorralasen. Aquel día abrió el
baúl que desde entonces no ha conseguido cerrar.
Joder,
de verdad se sentía impotente, se sentía solo, se sentía la persona más
miserable del mundo. Ese ataque de nervios era por una parte tan habitual en él,
y a la vez tan distinto, tanto que marcó un antes y después en sus ataques de
nervios, en su percepción de la vida.
¿Cuantas
veces nos hemos sentido tan impotentes, tan sobresaltados? ¿Cuántas veces
nuestros nervios superaban los límites? Estoy convencida que esto nos ha pasado
a todos en el que el mínimo detalle en el peor momento nos hace saltar, nos
hace sentir atacados, desprotegidos, y aunque después nos arrepintamos todo
está hecho. Para nuestro consuelo es algo natural de todos los seres humanos y
que hay que aprender a controlarlo.