Segundo acto
Preparados para el segundo acto...
La arrogancia solo fue el primero de los males que limpie aquella noche. Ahora le tocaba el turno a la alquimista, un hombre que había dedicado su vida al amontono de propiedades y bienes. Ella acarrea cientos de muertes a sus espaldas, el no los mató directamente, pero debido a su actuación la muerte dio caza precoz a buenas gentes que solo necesitaban una poción que no podían pagar. Incluso después de haber descubierto la prodigiosa formula para convertir el metal en oro siguió sangrando a los ciudadanos aumentando sus riquezas. Pero su mayor descubrimiento se convirtió en su muerte. Aunque sabía que aquella noche ella iba a visitar la fundición, esta vez no me resultaría tan fácil, estaría vigilada. Me dirigí a la fundición y me preparé para cumplir mi misión. Preparé la disolución que convertía el metal fundido en oro, y realicé cálculos para escapar por la ventana. Entonces llegó ella. Solo llevaba tres guardias, una insensatez, a mi parecer. Se acercó a ver los bidones de acero fundido y yo aproveché el momento para empujarla al metal hirviendo y lanzar la disolución sellando así su funesto sino. Tras un instante de estupor los guardias se abalanzaron sobre mi. No consiguieron herirme, pero arrancaron la máscara de mi cara revelando la identidad de mi persona.
Salte por la ventana y me perdí en la oscuridad de la noche.
En ese momento sonaron diez campanadas
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