viernes, 23 de junio de 2017

El Reino de Dios


                       El Reino de Dios

Despertó tranquilamente observando a su alrededor. Todos los muebles estaban pintados de blanco; las cortinas, e incluso las sábanas de la cama en la que estaba sentado, también eran del color de los cielos.
Aunque era extraño levantarse en un lugar desconocido, ese cuarto irradiaba una paz que lo tranquilizaba.
De repente, una puerta se abrió y el resplandor que emitió la criatura que entró allí lo cegó. Cuando el fogonazo se apagó, distinguió a un niño rubio, con unos ojos azules que parecían tan profundos como el mar.
-¡Ya has despertado! ¡Que bien!- exclamó aquel niño.
-¿Dónde me encuentro?
-Eso no es algo que yo deba contestarte- dijo sonriendo-. Si me acompañas, lo sabrás.

Le siguió mientras atravesaban pasillos llenos de luz natural que entraba por las ventanas situadas a los lados. Durante el viaje se habían encontrado con varias personas, pero ninguna de ellas había hablado, solo le observaban en silencio y con una sonrisa encantadora.
Se detuvieron frente a un portón de madera blanca que había en una sala extremadamente espaciosa y decorada con todo tipo de plantas, hongos y algas de los colores más vivos existentes.
Estuvo mirando las decoraciones por un buen rato hasta que se impacientó de esperar y se giró para preguntar al muchacho rubio. Había desaparecido. Reflexionó unos minutos sobre qué debía hacer y, por fin, se decidió a entrar. La gran puerta chirrió cuando la empujó y se movió pesadamente, dejando visible el otro lado.

La nueva habitación, al contrario que la anterior, estaba completamente vacía. Una voz grave, pero amable empezó a hablar, pero él estaba tan sorprendido que no pudo entender sus palabras.
-¿Ves esta sala?- escuchó cuando se recompuso- Está vacía. Como lo está tu vida.
-Pero, ¡eso no es verdad! Mi vida está llena de recuerdos: tristes, felices, divertidos, aburridos...
-No me has dejado acabar- le interrumpió la voz-. Esta es tu vida sin las personas y seres que te quieren. Tus recuerdos no serían nada sin el amigo que te presentó a tu novia o el gato que tuviste de pequeño.
Estaba extrañado y pensando en qué fin tenía aquel discurso, así que no respondió.
-Este discurso- dijo como si leyera su mente- es para que te acuerdes de  que sin los que te aman, no serías nada. Sé que estás pasando un mal momento, en el que odias a todos los seres que te rodean, pero, si recuerdas tu vida con ellos, lo solucionarás. Tu hora no ha llegado aún.
Todo se volvió negro.

Esta vez despertó en la cama de un hospital. Mientras se desperezaba, escuchó la televisión.
-Ahora, buenas noticias. Un hombre diagnosticado de depresión ha intentado quitarse la vida, pero los médicos han conseguido salvarle. Se encuentra en un buen estado...
No le dio tiempo a terminar de oír el informe, porque oyó un grito de alegría a su lado, y también un maullido.


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