lunes, 13 de noviembre de 2017

El Agujero Negro

Mi amo de jardín, el falanster de Ivshiral, nunca tuvo mucho pelo en la cabeza, que digamos, pero de las pocas veces que le he visto sin cortárselo recuerdo que era negro. Poseía los ojos del dorado típico de los Segunda sangre, y su piel no muy lisa mostraba que le quedaba poco para el Cambio.
-¿Cómo sabías dónde estaba, Yif Alazten? –Pregunté sorprendido al aterrizar.
-Bueno, digamos que podía veros cayendo desde la Pirámide del Cielo.-Respondió, como si nuestra llegada no hubiera sido una sorpresa para él, algo muy común en el Amo de Jardín.
-Un momento… ¿La pirámide del cielo dices? ¿¡Estamos en Zayreap!?
-Sí, pero no te preocupes, ya advertí al Ziheff de la posibilidad de encontraros, alegando que fue un accidente, puede que a vosotros no os pase nada, pero Zharken, cuando tu hermana se entere creo que desearás tener una Sangre de Salvación.
Mis amigos suspiraron aliviados, algo que no pude compartir con ellos. Habían oído rumores de un dictador absoluto en esta zona, pero obviamente no sabían lo beneficioso que supone eso para dicha población. La Pirámide del Cielo es sin duda la construcción más grande de Zayreap erigida desde el suelo. Tras observar un poco me fijé en lo que parecía ser la plateada punta del edificio asomando tímidamente tras el bosque, en la dirección de la cual venía Yif. Me sorprendió el hecho de, aun habiendo estado en el cielo, no haberla visto.
-¿Y qué es eso de allí?-Preguntó Dev, señalando al edificio que dejamos atrás.
-Realmente no tengo ni idea-Respondió el falanster.- Hace unos meses un humano le pidió al Ziheff este terreno, pero desconozco sus motivos, pero creo que nos hemos desviado del tema. Os habéis metido en un lío, y si os hubiera pasado algo habría recaído en mí la responsabilidad. Supongo que se os habrá roto la máquina en la que viajabais, en ese caso dejadme echar un vistazo.
El camino de vuelta no fue tan corto como el de ida, básicamente porque no hablamos mucho durante el trayecto. Eso me dio tiempo para pensar: mi padre no solía dedicarme tiempo, obviamente debido a la responsabilidad de mantener el Feudo Máximo, y mi Madre se encontraba en algún lugar de los Dominios Ro, probablemente sin saber de mi existencia. Eso me dejaba con Yif Alazten, el cual nos enseñaba y aconsejaba a mí y a mi hermana y gastaba la mitad de su valioso tiempo en nosotros. No es que no me fíe de él, todo lo contrario, pero la forma en la que cambió de tema al mencionar lo de aquel edificio me pareció bastante sospechosa.
Tras un tiempo llegamos otra vez a la nave, la cual estaba igual que cuando la dejamos: el casco y las alas completamente destrozadas, el perro descansando al lado, con una pierna dislocada y…
-Un momento, ¿dónde está Rishar?-Pregunté.
-Estaba aquí hace una hora.-Dijo Jay.
-Y se suponía que también estaba herido.-Contestó Shen.
-Bueno, no pasa nada. Avisaré a la Guardia, mientras separaos para buscarle. Ah, y que alguien se lleve al perro, no vaya a ser que desaparezca.
Después de ver a Yif Alazten desaparecer entre la maleza comenzamos la búsqueda: Decidimos buscar cada uno por un lado mientras Jay se quedaba con el perro, llamando al Fzylk y esperando respuesta. Unos minutos más tarde la nave era un lejano punto reflectante, oculto tras el follaje azul del bosque. Llamé a Rishar, como de costumbre, pero en vez de responderme los sonidos típicos del bosque escuché otro sonido, más grave, más profundo, más constante.
Sin saber por qué, decidí acercarme a ese ruido, ni siquiera el miedo podía frenar mi avance, caminé con paso firme, apartando las hojas que me encontraba por el camino. La fuente del ruido resultó ser una pequeña esfera. Su contorno distorsionaba el paisaje detrás suya, y al observar su centró, me entraron escalofríos. Era de color negro… no, esa figura parecía absorber el color. Era como un agujero negro.
De inmediato, la esfera se contrajo y después un estallido de luz blanca me cegó. En ese momento noté como todo mi peso se esfumaba, pasando a un estado parecido al que siento en el espacio.
Un inesperado gas inhaló mi nariz, entró por mi boca e invadió el resto de mi cuerpo desde mis poros. Noté cómo recorría mis vasos sanguíneos y luchaba contra el helio por conseguir un sitio dentro de mis sacos aéreos.
Traté de exhalar el aire, pero solo conseguí expulsar el helio, lo que le dio más hueco al misterioso gas.
Flotaba por ninguna razón aparente, “algo” se había apoderado de mi cuerpo y no podía ver nada, pero curiosamente no sentía miedo, es más, no podía sentir ninguna emoción. Unos segundos más tarde mi cuerpo se desconectó del mundo real, dejé de oír ese estridente ruido, dejé de oler y saborear, y dejé de sentir el aire recorriendo mi ingrávido cuerpo.

Entonces me caí.


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