domingo, 4 de febrero de 2018

Cylindrus, Cap 1: Inmensidad Curvada

Primera Mitad:

Nada más despertarme noté por primera vez cómo el viento sacudía las altas hierbas, chocándose con mi rostro de vez en cuando. Escuché el lejano aullido del viento, mezclado con un agradable pitido que no supe reconocer en ése momento. Entonces abrí los ojos.
Me encontraba tumbado, oculto por ésos amarillentos tallos que me impedían ver más allá de éstos. No tardé en darme cuenta de que podía mover brazos y piernas, así que los apoyé sobre el suelo y me enderecé. Lo que vi en ese momento me cortó la respiración:  tenía ante mis ojos colinas cubiertas de un manto verde, lagos de aguas cristalinas, bosques de altos árboles y desiertos expandidos hacia la eternidad; todos descaradamente curvados, dando la impresión de tener dicho paisaje en todas direcciones.
Un largo cable, rodeado por la vigilia de las esponjosas nubes atravesaba el mundo por el centro, transportando una luz que bañaba la sección del cilindro en la que me encontraba. 
En ése instante el pánico surgió dentro de mí como una horrible enfermedad.
"¿Quién soy?" Pensé en ése momento. "¿Dónde me encuentro? ¿Por qué estoy aquí?" Me arrodillé, consumido por un miedo que me obligué a ignorar.
No valía la pena hacerme preguntas, ni intentar buscar las respuestas en mi memoria, pues ésta era un amplio océano en ése momento. Me volví a levantar, clavando la mirada en el curvado paisaje y empecé a caminar, con la esperanza de encontrar algo que me pudiera dar respuestas.

Atravesé las altas hierbas y salí hacia un amplio y verdoso prado con varios puntos blancos y negros en movimiento. Poco a poco me fui acercando hacia uno de ésos puntos, con una despreocupada marcha. La amarillenta luz bañaba mi piel, y la agradable brisa se chocaba suavemente contra mi cuerpo. A pesar de no recordar nada, me sentía bastante relajado. Mis piernas me permitían caminar sin mucha dificultad, y mis pies aplastaban el esponjoso suelo, y todo eso junto me convencía de no darme prisa, pues ¿qué importaban en ése agradable momento todas las preguntas que tenía? Siempre podría responderlas más tarde, después de disfrutar del paisaje.
El punto en cuestión resultó ser un curioso animal: su altura total me llegaba hasta el pecho, todo su cuerpo estaba cubierto de manchas blancas y negras, poseía cuatro patas terminadas en pezuñas y su rostro indicaba que se trataba de una criatura dócil.
El animal soltó un largo y aburrido sonido, como indicando que mi presencia le importaba más bien poco, y bajó la cabeza, acercándose a la hierba y arrancando una sección de un mordisco. En ése momento mis tripas empezaron a rugir, recordándome que mi cuerpo tendría que nutrirse pronto. Miré al animal, pensando durante un segundo en matarlo y comerme su carne, pero me sentí culpable inmediatamente.
-¿Por qué he pensado eso?- me dije. – ¿De verdad que iba a quitarle la vida a un animal que no me ha hecho daño?
Descartada la idea de comerme a ésa criatura, busqué algo en el prado que pudiera llevarme a la boca. Al parar mi mirada en un bosque cercano, una nítida imagen surgió en mi mente: Caía nieve del cielo, y delante de mí había un árbol, de tronco gris como la piedra y las hojas azules como una laguna de aguas cristalinas. En dicho árbol había colgados unos blancos frutos. En el recuerdo cojí uno, notando su lisa textura sobre mi mano, como si estuviera allí. Me llevé el alimento a la boca, su jugoso sabor inundando mi boca. Entonces volví al mundo real.
-“Fruta” – Pensé en ése momento. – “Seguro que los árboles de ése bosque tienen fruta.”

Guiado por ése recuerdo, recorrí el prado rápidamente, buscando algo que llevarme a la boca.

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