Primera Mitad:
Nada más despertarme
noté por primera vez cómo el viento sacudía las altas hierbas, chocándose con
mi rostro de vez en cuando. Escuché el lejano aullido del viento, mezclado con
un agradable pitido que no supe reconocer en ése momento. Entonces abrí los
ojos.
Me encontraba tumbado,
oculto por ésos amarillentos tallos que me impedían ver más allá de éstos. No
tardé en darme cuenta de que podía mover brazos y piernas, así que los apoyé
sobre el suelo y me enderecé. Lo que vi en ese momento me cortó la
respiración: tenía ante mis ojos colinas cubiertas de un manto verde,
lagos de aguas cristalinas, bosques de altos árboles y desiertos expandidos
hacia la eternidad; todos descaradamente curvados, dando la impresión de tener
dicho paisaje en todas direcciones.
Un largo cable,
rodeado por la vigilia de las esponjosas nubes atravesaba el mundo por el
centro, transportando una luz que bañaba la sección del cilindro en la que me
encontraba.
En ése instante el
pánico surgió dentro de mí como una horrible enfermedad.
"¿Quién
soy?" Pensé en ése momento. "¿Dónde me encuentro? ¿Por qué estoy
aquí?" Me arrodillé, consumido por un miedo que me obligué a ignorar.
No valía la pena
hacerme preguntas, ni intentar buscar las respuestas en mi memoria, pues ésta
era un amplio océano en ése momento. Me volví a levantar, clavando la mirada en
el curvado paisaje y empecé a caminar, con la esperanza de encontrar algo que
me pudiera dar respuestas.
Atravesé las altas
hierbas y salí hacia un amplio y verdoso prado con varios puntos blancos y
negros en movimiento. Poco a poco me fui acercando hacia uno de ésos puntos,
con una despreocupada marcha. La amarillenta luz bañaba mi piel, y la agradable
brisa se chocaba suavemente contra mi cuerpo. A pesar de no recordar nada, me
sentía bastante relajado. Mis piernas me permitían caminar sin mucha
dificultad, y mis pies aplastaban el esponjoso suelo, y todo eso junto me
convencía de no darme prisa, pues ¿qué importaban en ése agradable momento
todas las preguntas que tenía? Siempre podría responderlas más tarde, después
de disfrutar del paisaje.
El punto en cuestión
resultó ser un curioso animal: su altura total me llegaba hasta el pecho, todo
su cuerpo estaba cubierto de manchas blancas y negras, poseía cuatro patas
terminadas en pezuñas y su rostro indicaba que se trataba de una criatura
dócil.
El animal soltó un largo
y aburrido sonido, como indicando que mi presencia le importaba más bien poco,
y bajó la cabeza, acercándose a la hierba y arrancando una sección de un
mordisco. En ése momento mis tripas empezaron a rugir, recordándome que mi
cuerpo tendría que nutrirse pronto. Miré al animal, pensando durante un segundo
en matarlo y comerme su carne, pero me sentí culpable inmediatamente.
-¿Por qué he pensado
eso?- me dije. – ¿De verdad que iba a quitarle la vida a un animal que no me ha
hecho daño?
Descartada la idea de
comerme a ésa criatura, busqué algo en el prado que pudiera llevarme a la boca.
Al parar mi mirada en un bosque cercano, una nítida imagen surgió en mi mente: Caía
nieve del cielo, y delante de mí había un árbol, de tronco gris como la piedra
y las hojas azules como una laguna de aguas cristalinas. En dicho árbol había
colgados unos blancos frutos. En el recuerdo cojí uno, notando su lisa textura
sobre mi mano, como si estuviera allí. Me llevé el alimento a la boca, su jugoso
sabor inundando mi boca. Entonces volví al mundo real.
-“Fruta” – Pensé en
ése momento. – “Seguro que los árboles de ése bosque tienen fruta.”
Guiado por ése
recuerdo, recorrí el prado rápidamente, buscando algo que llevarme a la boca.
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